Laura y Luis estaban comiendo en la cocina, cuando sonó el móvil de él.
—Es Pedro —murmuró el hombre con tono de disculpa. Después descolgó y se puso a hablar con aire alegre. Se levantó de la silla y comenzó a dar pasos por la cocina.
Laura suspiró. Miró sus macarrones gratinados al horno. Siguió comiendo mientras con la mano libre le hacía gestos de muñeco que habla a Luis. Un cruce de miradas. Reproche en la de ella, súplica en la de él.
Luis salió y se fue al salón sin soltar el móvil. Laura terminó su plato de macarrones, comió el pollo y finalizó con una pieza de fruta. Recogió sus platos y cubiertos y los dejó la fregadera.
Después se fue a reposar al dormitorio. Desde el salón le llegaba la voz entusiasmada de Luis. El tiempo pasaba. Laura casi se quedó dormida por el sopor de la digestión.
—¿Dónde estás? —preguntó Luis desde el pasillo.
—¿Has terminado ya? —preguntó Laura con tono seco.
—Sí.
—En el dormitorio. Ahora voy a la cocina.
Laura tenía una cara neutra. Su mirada se posó en la comida fría y en la mesa a medio recoger.
—Lo... siento —se disculpó Luis.
—Ahora te toca comida recalentada de microondas y fregar. Tú solo.
Luis abrió la boca para protestar, pero entendió a tiempo que la réplica no era justa y optó por callar. Aceptaba su castigo.
—¿Qué tal Pedro? —El gesto de Laura se relajó.
—Mucho trabajo y mejorando el inglés a toda prisa. Pero contento. Dice que igual viene por Navidad.
—Me alegro de que esté bien. Sois buenos amigos y la separación os ha dolido.
—Intentamos mantener el contacto como podemos. Por eso no he dudado en descolgar.
—Dejándome a mí plantada... ¿No podías haberlo dicho que te volviera a llamar dentro de un cuarto de hora? Así habríamos comido juntos y no se te habría enfriado la comida.
Luis bajo la mirada.
—La diferencia horaria con América... —intentó excusarse.
—Estáis muy unidos y os aportáis mucho —reconoció Laura—. Y se nota. Agradezco que haya otra persona referente en tu vida y yo no tenga toda la responsabilidad.
—¿Ah, sí? A veces pensaba que podías sentir celos o envidia.
—Mientras sea equilibrado y no desplace mi lugar, bien. Mejor repartir las atenciones, la escucha y el consejo. “Lo eres todo para mí” me parece muy afilado y peligroso.
—Jo, no lo había visto así —aceptó Luis mientras se rascaba la cabeza.
Y como si acabara de tener una idea o una revelación sonó la campana del microondas.
—Feliz comida recalentada. Yo me voy a leer al salón ahora que está libre.
—¿Me ayudarás a fregar?
—Hoy no, se lo cuentas a Pedro la próxima vez.
Luis quedó con la comida y Laura se estiró en el sofá.
Mientras Luis fregaba se estuvo acordando de cuando él y Pedro compartían casa. Que poco se iba arrepintiendo de haber contestado la llamada, al final y al cabo Laura no sabía que Pedro hablaba con los objetos de su casa. Hasta dió unos ligeros pasos de baile al estilo cafetera, y así terminó de fregar.